diciembre 14, 2023

Macabeos 3.19; Lucas 10.25

Por Andrés Gauffin

Cuando el macabeo Judas pronunció su sentencia «la victoria no depende de la cantidad de los que combaten, sino que viene de la fuerza del Cielo», se encontraba frente a sus numerosos enemigos paganos y samaritanos reunidos por Apolonio para combatir a los judíos.

El relato, que comienza en el versículo 10 del tercer capítulo del primer libro de Macabeos, muestra una de las tantas razones por la que los judíos odiaban a los samaritanos en aquella época: se habían aliado a los paganos, estos otros impíos que no sólo promovían hábitos como el gimnasio griego en Judea, sino que también pretendían que los judíos tomaran el sábado como un día más de la semana.

Pero además, aunque los samaritanos se pretendían descendientes de una de las tribus de Israel, se inspiraban en sus propio libro sagrado tanto o más referido que la Torá, mezclaban cultos de otras religiones, y hasta se permitían venerar a Yavéh en su monte sagrado, el Garizim: demasiadas impurezas y eclecticismo para la ortodoxia judía de entonces.

Según el relato de Macabeos, que Dios estaba con los judíos se probó porque las fuerzas del cielo hicieron que samaritanos y paganos, en número de 800, fueran aplastados por una minoría al mando de Judas.

No deja de estremecer que en su primer discurso como presidente de la Argentina, Javier Milei haya citado ese versículo 19 del libro de Macabeos, y que dos días después, y a minutos del anuncio del más brutal ajuste de las últimas décadas, haya participado de una celebración del Janucá, que conmemora aquellas batallas de los macabeos.

Porque la cuestión no es sólo que Milei haya dado claras señales de que está convencido que -como Judas Macabeo- tiene una misión divina por cumplir, una guerra santa, a lo que seguro contribuyeron sus charlas con sus maestros religiosos.

La cuestión más crucial es quiénes serán sus enemigos, sus samaritanos y paganos, a los que tendrá que aplastar con la ayuda de las fuerzas del cielo.

Por lo que se ha podido ver de esa celebración en el coqueto barrio de Recoleta, Janucá no es una fiesta sentimental donde sólo se encienden velitas al atardecer: es el festejo del aplastamiento de los enemigos de Israel y por eso allí mismo se recordaron -según se ocupó consignar la crónica de La Nación- las atrocidades de Hamas como si fueran las de todo el pueblo palestino, y se silenciaron las iniquidades del Estado y del Ejército de Israel contra el mismo pueblo palestino.

Por lo tanto, la invocación a las fuerzas del cielo hecha por el presidente Milei es en realidad una primera advertencia a sus enemigos.

Casi con la misma actitud religiosa con que años antes se había acercado a la más severa ortodoxia liberal, el ahora presidente bebe de una ortodoxia judía que se ve en el espejo de los puros y guerreros Macabeos.

Y es capaz de recitar de memoria -como si fueran jaculatorias- párrafos enteros del ultra liberal Hayek, o el de Benegas Lynch del que hasta sabe cuántas palabras y letras tiene, con la misma unción que uno de sus maestros rabinos puede recitar capítulos enteros de la Torá, creídos ambos que la recitación de la palabra puede lograr potentes efectos sobre la realidad.

Puesto a convertirse al judaísmo, es de lamentar que Milei no haya reparado hasta ahora en otras tradiciones judías que nada tienen que ver con el cultivo del belicismo contra los enemigos.

Como las que se inspiran en versos del profeta Miqueas: «Ya se te ha dicho, hombre, lo que es bueno y lo que el Señor te exige: tan sólo que practiques la justicia, que sepas amar y te portes humildemente con tu Dios» (capítulo 6, versículo 8).

O prácticas judías, muy alejadas de las fantasías anarcocapitalistas del presidente, e inspiradas en el libro del Deuteronomio: «No violarás el derecho del forastero, ni del huérfano, ni tomarás en prenda las ropas de la viuda. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que Yavéh, tu Dios, te rescató. Por eso te mando hacer esto». (capítulo 24, versículos 17-18).

Aunque es claro que esas tradiciones judías no hubiera podido conjugar con su ortodoxia liberal: al más crudo capitalismo le viene como anillo al dedo las ultraortodoxias religiosas.

Menos hubiera podido reparar Milei en otro judío -demasiado heterodoxo para sus rabinos contemporáneos- que inventó otra tradición, diametralmente opuesta a la inspirada en el primer libro de los Macabeos.

Maestros de la ley quisieron ponerlo a prueba y le preguntaron qué había que hacer para ganar la vida eterna. Después de convenir que había que amar a Dios con todas las fuerzas y al prójimo como a uno mismo -no matar enemigos- , el rabino le preguntó quién era su prójimo.

Tal vez la pregunta apuntaba también a determinar, una vez definido los límites de su prójimo, a quiénes debía tomar como enemigos.

Para evadirlo, el judío heterodoxo le contestó con una parábola que no respondió a esa inquietud del rabino, sino que enseñó que un samaritano -esos odiados por los judíos por impuros- podìa comportarse como un prójimo con un hombre -cualquier hombre- despojado y tirado a la orilla del camino, mucho más que un instruido sacerdote o un levita, que lo pasaron de lado.

No sé porqué ahora mismo se me da por extrañar aquella frase, «la patria es el otro», tan vilipendiada por una runfla de periodistas y políticos que no paran de promocionar que los que hacen la Argentina son los «exitosos», los «propietarios», los que tienen «familia» tradicional o aparenten tenerla, y los que invocan públicamente a Dios o a Yavéh, aunque en su vida cotidiana olviden sus mandatos tan bien enseñados por Miqueas o el Deuteronomio. O por el evangelio de Lucas.

Aquellos políticos y periodistas que se levantan todas las mañanas para enseñar que el «otro» no es nada más que un enemigo, o un competidor, a pesar de que llenen sus bocas de palabras tan bonitas como «valores», «principios» e «institucionalidad».

Asi que, si me permiten la heterodoxia, reformaría un poco aquella frase y dirìa que «la patria la hacen otros», muchísimo más que estos ortodoxos de los mercados y la libre competencia, amantes de los automóviles libremente importados.

A la patria la hacen las feministas y las disidencias sexuales en las calles y en la solidaridad. La hace la nena que un dia se levanta y le dice a su mamá que se va a poner el nombre de nene. La hacen los aborígenes -sistemáticamente olvidados por Milei en sus discursos- cuando reclaman por sus tierras. La hacen los obreros y las obreras, cuando luchan por sus derechos. La hacen los bolivianos en sus huertas y con sus mezclas de tradiciones y bebidas.

A la patria la hacen las judías que lucen sueltos sus cabellos a despecho de los rabinos, la hacen los turcos evangelistas, los ateos que guardan estampitas en sus billeteras por si acaso, los devotos de gauchito Gil y de San La Muerte y de la Inmaculada del Divino Corazón a la vez, y los católicos que rinden culto al Milagro, pero no dejan de ofrecerle una hojitas de coca a la Pachamama cada 1 de agosto.

La hacen todos ellos cuando, pese a su heterodoxia y su eclecticismo, un día practican la justicia sin más, y ni si quiera saben que lo están haciendo, ni que corren el riesgo de ser declarados «enemigos» en cualquier momento por quienes hoy se quieren alzar como rectores de la ortodoxia económica, política o religiosa de nuestra patria.

En fin, a la patria la hacen los samaritanos de hoy, señor Milei.