abril 10, 2024

Divinos mandamientos

Por Andrés Gauffin

No mentir.

No robar.

No matar.

Puesto a renovar la moral de los argentinos como si fuera uno de sus principales objetivos, el gobierno libertario suele enunciar alguna de estas tres leyes divinas que recibió Moisés en el monte Sinaí.

Viejos exégetas de la Biblia -que parecen tener nula influencia sobre los rabinos maestros del presidente argentino- han interpretado que la formulación negativa de estas tres mandatos busca en realidad abrir a los judíos un campo infinito y positivo para su conducta.

Se preguntaron ¿quiénes cumplen la voluntad de Yavé y su leyes?

¿El niño que por temor no le miente a su padre y le confiesa con exactitud cuántos chupetines se comió antes del almuerzo? ¿O más bien quienes buscan con sinceridad la verdad «y corren tras ella», como dice un salmo bíblico?

¿El hombre que exhibe un certificado policial para probar que nunca le robó una cartera a una mujer en el centro? ¿O quienes hacen algo para que los que no disponen de los bienes esenciales para vivir pueda alcanzarlos y no morir?

¿Los que se limitan a exhibir un prontuario en el que no figuran asesinatos? ¿O quienes se escandalizan de tanta muerte sin sentido alrededor y se dedican al cuidado de su vida y la de los otros?

A aquellos viejos hermeneutas no les cabía en la cabeza que la exigencia del justo Yavé para con sus adoradores se limitara literal y estrictamente a no robar, a no mentir y a no matar y preferían interpretar que en realidad quería hombres que «practicaran la justicia», exigencia bíblica con la que podía resumirse el compromiso personal por la verdad, los bienes y la vida.

El anarco capitalismo que profesa el presidente argentino no sólo canceló esa interpretación, sino que también transformó esos mandatos de conducta personal en nada más que una vara con la que pretende disciplinar a la sociedad argentina, «moralizar» según su lenguaje.

Tal vez porque quien enuncia una ley se siente por eso mismo exceptuado de practicarla, el presidente puede utilizar cotidianamente fake news en su redes, pero es que la ley divina de «no mentir» que invoca sólo le sirve para descalificar a quienes recuerdan a los 30 mil desaparecidos y nunca para hacer memoria de la verdad del terror que la dictadura de Videla desató en la Argentina.

Así el «no mentir» termina reivindicando más directa que indirectamente a aquellos criminales, como lo ha hecho el presidente durante el pasado 2 de abril.

Es muy posible que en su juventud el presidente argentino no haya hurtado nunca una gallina, pero eso no viene a cuento porque ahora el «no robar» sólo le sirve para desautorizar a la clase política que llama casta, a la que acusa de haberse enriquecido mediante un sistema de «robo» a través de los impuestos.

El presidente cree que cumple con la voluntad divina cada vez que acusa de ladrones a sus opositores, pero parece que nunca la ley divina logrará ocuparlo, salvo discursivamente, de que los habitantes de este país accedan a más y mejores bienes, como hubieran deseado aquellos exégetas.

Todo lo contrario. La cancelación de la obra pública de la cual se siente orgulloso porque a su juicio se trata nada más que de un mecanismo de robo, garantiza una progresiva disminución del acceso a bienes esenciales como escuelas, hospitales y caminos, que se agrega a la brutal pauperización a través de los despidos y la merma del poder adquisitivo de los salarios.

Si en con el «no mentir», el discurso libertario termina ocultando la verdad del Estado terrorista y reivindicando a los dictadores asesinos, el «no robar» termina negando el acceso de bienes esenciales a una inmensa mayoría y defendiendo a los ricos, pobres víctimas de latrocinio a través del cobro de impuestos.

Es más que curioso que el último de los preceptos que suele enunciar el actual gobierno argentino -no matar-, no le haya movido a condenar el pasado 24 de marzo tantos miles de asesinatos perpetrados por los generales y sus obedientes subalternos durante la dictadura.

Pero es que el «no matar», sólo le sirve al gobierno libertario para disciplinar a quienes promovieron la ley de interrupción voluntaria del embarazo, y demonizar a las mujeres que lo practican. Nunca para encarar una política guiada por el objetivo primordial de cuidar las vidas históricas de lxs argentinxs de la calle.

Para el anarco capitalismo campante en el país, la única vida que resguarda el mandato divino de no matar es la «absolutamente inocente» e intrauterina, por tanto, la que no tiene historia, la que no ha hecho una mínima biografía ni, por supuesto, una sola opción política.

Pero en cuanto esa vida se convierte en historia, en lenguaje, en opciones, pierde la absoluta inocencia y parece que comienza a ganar en culpabilidad. De allí que el gobierno libertario evada condenar los crímenes de lesa humanidad del Estado terrorista justificados en aquellos años por la amenaza del marxismo internacional -el máximo culpable de los males de la Argentina-, casualmente el mismo demonio que hoy agita el presidente.

Milei condenará aquí y allá al Estado criminal que roba a través de los impuestos. Pero nunca al Estado terrorista que mató sistemáticamente.

Por tanto, el enunciado del «no matar», no es simplemente un argumento para derogar la ley de interrupción del embarazo. Es también la búsqueda de legitimación de un Estado que tenga la facultad de quitar la vida. No la vida «absolutamente inocente», por su puesto, sino las vidas históricas que recorren un camino social y político y que, por tanto, ya no son inocentes.

¿O es una casualidad que quien impulse el proyecto para derogar la ley de interrupción del embarazo sea una vicepresidenta negacionista de los crímenes de la dictadura?

Así el gobierno libertario enuncia la ley divina de «no mentir», pero para generar un clima que obstaculice el acceso a la verdad. De «no robar», pero para justificar políticas que impide el acceso a los bienes a las mayorías. Y de «no matar», pero para legitimar un Estado que pone en suspenso todas las vidas.

Todo esto para escándalo de aquellos viejos exégetas que interpretaron o soñaron que los mandamientos que recibió Moisés iban a impulsar a los hombres a practicar la justicia.