septiembre 28, 2023

El etnógrafo y el libertario

Por Andrés Gauffin

Doug Casey vino de Chicago a Salta, y desde el club de campo Estancia Cafayate, que fundó por 2006 con el senador nacional Juan Carlos Romero, acumula capital con negocios financieros e inmobiliarios, y enaltece la libertad de hacer dinero y la privacidad como valores supremos de todos los hombres del mundo.

John Palmer llegó desde alguna ciudad de Inglaterra para hacer una tesis de antropología, pero se quedó a vivir en el Chaco salteño y encontró en «husék» el término clave para comprender cómo comunidades wichís resisten a la expropiación y desertificación de sus tierras.

Estas son las historias de un libertario estadounidense y de un etnógrafo inglés que llegaron a la provincia por los años 80 para hacer vidas paralelas.

De Casey recién comenzó a saberse algo en Salta cuando el 9 de julio de 2011 El Tribuno lo presentó en sociedad como «un auténtico gurú en real state», administrador de fondos de inversión para negocios inmobiliarios y autor del best seller «Inversión en crisis. Oportunidades y ganancias en la próxima gran depresión.»

Como ya se ha publicado en ensayos.com, desde años atrás Casey anudaba una relación comercial y política con el entonces gobernador de la provincia de Salta, Juan Carlos Romero, actual senador nacional y ese mismo 2011 ambos fundaron también la sociedad Lorohuasi Hotel para obtener ganancias rápidas con títulos públicos, la especialidad del especulador norteamericano.

Pero a Casey le molesta que lo identifiquen como «estadounidense» pues profesa el «internacionalismo».

De hecho, presenta su Club de Campo como una «comunidad internacional», donde viven hombre libres de ataduras nacionales, y en su página web «The international man» se puede saber cuál es la única patria que reconocen él y sus socios: aquella donde pueden hacer grandes ganancias financieras e inmobiliarias sin entorpecimiento del Estado.

«Un hombre internacional vive y hace negocios dondequiera que las condiciones le resulten más ventajosas, sin importar fronteras arbitrarias. Está diversificado a nivel mundial, con pasaportes de múltiples países, activos en varias jurisdicciones y su residencia en otra más….» , profesa al inicio de su artículo sobre la «La nueva pesadilla americana».

Un inminente colapso de la economía mundial continuamente profetizado por Casey -que incluye el desplome del dólar- aparece de telón de fondo de los discursos del gurú, de quien su audiencia debería aprender a «salvarse» individualmente, no alabando a Yahvé sino aprovechando esas crisis para obtener ganancias siderales.

Estancia Cafayate le añade glamour a esas fabulaciones. En un video publicitario del club, un hombre rubio con la camiseta de la selección argentina de fútbol les pinta a eventuales compradores cómo en el Club de Campo podrán tomarse una copa de fresco torrontés después de un juego de golf, mientras allá lejos colapsan los mercados y se desata la guerra civil en Estados Unidos, otra de las predicciones de Casey.

Por lo menos a un argentino le sedujo esa propuesta de hedonismo radical. En 2018 el entones presidente Mauricio Macri jugó al golf en Estancia Cafayate y bebió torrontés de las viñas de la Estancia, mientas la Argentina sufría una de las tantas crisis cambiarias de su gobierno.

Según el hombre rubio con la camiseta argentina, Estancia Cafayate es el mejor lugar del mundo para ese estilo de vida porque las canchas de polo y golf, las casonas y los viñedos que las rodean, se encuentran literalmente «en medio de la nada».

Anarcocapitalista a ultranza -acaba de dar su apoyo a La Libertad Avanza- Casey presenta la especulación financiera o inmobiliaria cómo el más valorable, sino el único, ejercicio de una libertad que avanza en medio de la nada, pues los otros -sean vecinxs de Cafayate, Salta o Argentina o de cualquier lugar del mundo- o son competidores o no existen.

O sólo existen como «parásitos» que viven del Estado, o «idiotas útiles» que se preocupan por el medio ambiente, o como «comunistas» cuya desaparición nunca lamentará.

Y es que ninguno de ellos entiende la buena nueva del advenimiento de una sociedad anarcocapitalista donde cada individuo se podrá dedicar a hacer dinero como le plazca, en especial comprando y vendiendo oro, bitcoins o inmuebles para explotación agropecuaria.

Apenas tenía 21 años cuando como estudiante de la universidad de Oxford, John Palmer llegó a Salta para terminar su tesis de doctorado. Quería ver y escuchar a los wichis de quienes iba a escribir. Terminó habitando en el Chaco y conviviendo con una mujer aborigen.

Se dejaba llamar Juan Palma, y concluyó en poco tiempo su tesis, convertido después en libro, «La buena voluntad wichí. Una espiritualidad indígena». En sus cuatrocientas páginas trató de desentrañar el significado de «husék», un término que investigó con pasión académica, y quiso traducir al español no como alma, sino como «buena voluntad».

Y es que a pesar que habitó en el más remoto Chaco, parece que Palmer nunca se sintió habitar en «el medio de la nada» o en el «desierto», sino en un mundo poblado por unas comunidades que -asegura- cifraron en su lengua su modo de resistencia a la conquista y depredación del bosque en el que viven.

Aparentemente, mientras vivió en el Chaco, a Juan Palma poco le importaron los vaivenes financieros en Estados Unidos o en Londres, y los colapsos de los mercados.

La única crisis que advirtió el inglés fue la ambiental en el Chaco salteño producida por la deforestación que va terminando con el bosque chaqueño, el mundo que los wichís conocen y del que obtienen su alimento. Y que cada tanto deriva en la agudización de su crisis alimentaria con su trágica secuela de muertes infantiles por desnutrición.

Palma, por supuesto, no postuló que los wichís podrían salir airosos de esa crisis ejerciendo su «libertad» individual como les predicaría Casey . En cambio creyó ver en el «husék» una palabra clave de los wichís para ejercer su resistencia, frente al avance conquistador de la «libertad» capitalista.

¿Chiwoye ahusek? asegura Palmer que los wichís expresan cuando preguntan a otra persona en qué está pensando. Pero podría traducirse también así:»¿Cómo está tu voluntad’?»

Husék, según lo que entendió Palmer, se manifiesta primero como la fuerza vital del bebé que quiere nacer. Pero luego se transforma en una voluntad social, tan indispensable para preservar la comunidad, como la fuerza vital para el cuerpo individual.

«Para los Wichí, ese individualismo salvaje (de Occidente) corresponde al estado pre social de la humanidad, estado que ellos superan mediante el factor social que es la buena voluntad y que presupone responsabilidad social. Ser depositario de husék significa de por sí disponer del atributo esencial de un ser social», escribió hace años Juan Palma en sus tesis.

Cuatrocientos años después de que los conquistadores españoles iniciaron la depredación de su bosque, la vida individual y colectiva de los wichís sigue siendo un compromiso permanente con «la buena voluntad», asegura Palmer.

Y así lo mostró Daniela Seggiaro en su película «Husek» estrenada el año pasado, lo mismo que Carlos Muller, en su documental «Tewok». En ambas puede admirarse la buena voluntad wichí que opone una paciente resistencia a una urbanización impuesta desde la capital salteña, o a la construcción de un puente internacional sobre el Pilcomayo.

Palmer creyó que la «buena voluntad» le veda a las comunidades wichís la agresión como respuesta a la depredación que se intensificó a comienzos del siglo XX con la «conquista del desierto» de la presidencia de Roca, o a fines del mismo siglo con la gobernación en Salta del socio de Casey, Juan Carlos Romero.

Pero al mismo tiempo Palma postuló que la «buena voluntad» se ve realzada por la frugalidad y por la adversidad. «Por lo tanto, la persecución sociopolítica y el agotamiento económico que han sufrido históricamente no pueden sino consolidar su identidad cultural. Al estimular la buena voluntad mutua dentro de la comunidad, ésta se ve unificada por los abusos foráneos. Cuanto mayor sea la amenaza, tanto más se afianza la identidad cultural wichí, a pesar del dolor que la amenaza significa para la comunidad».

Parece que tenía varias patrias, como idiomas. En «El etnógrafo», de Ulises Rossell, se lo escucha a Palmer dirigiéndose en inglés tanto como en wichí a sus hijos y a su mujer. Y en perfecto castellano oponiéndose ante un capataz a un obra en medio del Chaco salteño que implicaba un nuevo desmonte del bosque chaqueño.

En la película su mujer dice que John podría ganar más dinero enseñando inglés, pero que no lo ha hecho porque, le asegura, no le entran tantas cosas en la cabeza.

Palmer se ganó la vida como docente de antropología de la Universidad Nacional de Salta -donde sumó sus investigaciones sobre el mundo wichí a las que muchxs otrxs colegas hacían ya en esa casa de estudios.

Un ámbito, el universitario, detestable para Casey, que lo describió así, en un artículo publicado en «The internacional man»: «El sistema universitario (estadounidense) ha sido totalmente capturado por marxistas culturales, socialistas, estatistas, colectivistas, promotores de políticas identitarias y gente de esa calaña».

Palmer fue incluso un hombre de peor calaña. Dedicó buena parte de sus días a una actividad todavía menos rentable que la de profesor universitario: la de apoyar las luchas de Lhaka Honhat -Nuestra Tierra-, organización liderada en sus comienzos por el gran dirigente wichí, Francisco Pérez, para resistir a la continua expoliación de sus tierras incentivada tanto por la deforestación incontrolada y la sobre explotación ganadera, como por la especulación inmobiliaria.

Y es posible postular que antes de morir, este mismo año 2023, Palmer o Palma, se haya preguntado con otro norteamericano de muy distintas ideas que las de Casey, cuántas veces puede un hombre girar la cabeza y fingir que no ve lo que pasa en el Chaco salteño. Y cuántas muertes serán necesarias para ver que ya ha muerto demasiada gente.

«The answer, my friend, is blowin´ in the wind, the answer is blowin’ in the wind».