agosto 4, 2023

El Leviatán, la abuelita y los lobos

Por Andrés Gauffin

Si pensás votar a la derecha en estas elecciones, tenés dos opciones de fierro para elegir: la guerra de todos contra todos o el ejercicio sin frenos del poder policial. Voy a ensayar una explicación. Pero si no vas a votarla, no te molestes en seguir leyendo.

Es posible que seas uno de los jóvenes que piensa: «Voy a votar a Milei para que todo se vaya al carajo». Ponele que tenés veinte años y la palabra crisis te suena de los diez: ya querés que explote todo de una vez.

El plato del caos te es ofrecido por un hombre de cabellos desordenados, tenía que ser, cuya máxima -expresada con una voz un poco de ultratumba- es serruchar lo máximo posible al Estado, incluso parece que sus fuerzas de seguridad.

Y es que Milei no suele alabar a la policía o la Gendarmería y prefiere anunciarnos la buena noticia de que en el país que pretende gobernar cualquier vecino no sólo podrá comprar y vender órganos, sino también las armas que desee para cuidar su seguridad sin necesidad de esperar al patrullero.

En su fantasía, en las góndolas del súper se nos ofrecerá una Glock 9mm al lado de una ametralladora AK-47. y un poco más allá un buena oferta de riñón, riñón humano para algún pariente que lo necesite.

Y no tendremos que agradecer la benevolencia del dueño del súper o de los traficantes de armas o de órganos, porque Adam Smith le ha enseñado a Milei que el carnicero nos pone la carne en el mostrador no por benevolencia, sino por su propio interés.

Primará la igualdad, sin embargo: el habitante del último asentamiento levantado a un costado del basural San Javier tendrá exactamente el mismo derecho de comprar armas que el propietario de una mansión en El Tipal.

En realidad el discípulo de Smith nos ofrece el regreso a la guerra -por lo menos latente- de todos contra todos, ese estado natural anterior a la constitución de cualquier Estado, imaginado también por otro inglés, Thomas Hobbes.

Aquel pasado o estado de naturaleza, escribía Hobbes, donde el hombre se comportaba como un lobo para el hombre, lo que le auguraba una vida «solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve».

Para superar ese brutal estado de naturaleza, Hobbes proponía que un Estado monopolizara toda la violencia de una sociedad, un Estado al que le dio el nombre de un monstruo bíblico, el Leviatán.

Y aquí llega la otra opción de fierro que la derecha argentina te ofrece -nos ofrece- en esta campaña.

Joven argentino, seguro que vos, como yo, has escuchado de boca de un adulto que un día se retrasa 30 minutos en llegar a los bancos del centro porque lo demoró un corte de calles en Sarmiento y Entre Ríos, la siguiente frase: «Voy a votar a Bullrich, porque tiene fuerza para poner orden».

Su situación es bastante diferente a la tuya. Pese a haber padecido muchas más crisis que la que vos puedas recordar, él ya ha vivido bastante y no lo está pasando tan mal en sus 60, después de todo. Por eso no le agrada en principio tu idea de que todo se vaya al carajo: su único interés es que no lo jodan en el resto de su vida.

Sueña que le bastaría un poco de orden para vivir tranquilo en un «país normal», -y no en este «país de mierda» frase que repite como un mantra cada vez que se encuentra con un corte.

Y le encanta que Bullrich le proponga usar una fuerza no normal sino una fuerza anormal, extraordinaria. Un Leviatán sin límites, que no sólo le garantizará que transite sin cortes en las calles y rutas.

Porque este hombre de valores -en cuya escala el valor más importante es su seguridad y tranquilidad- se acuerda que en 2017 Bullrich alabó a Luis Chocobar, ese policía que mató, sin necesidad y por la espalda, a un joven que huía tras asaltar y herir a un turista.

Se acuerda de eso y se ha dejado convencer por los ideólogos de Juntos por el Cambio, que la normalidad, el orden y su tranquilidad se alcanzarán no tanto cuando compre un revólver como Milei le propone, sino cuando la policía use armas reglamentarias a lo Chocobar: extraordinaria, brutalmente.

Ese adulto cree también, con inocencia, que la violencia de ese Leviatán sin límites al que Juntos por el Cambio quiere despertar nunca lo llegará tocar ni a él ni a sus familiares, porque se piensa como alguien normal. Con insensata inocencia.

Este Leviatán necesita de un alimento para actuar. Ese alimento es el odio no sólo a lo anormal, o lo que le amenace su normalidad, sino también al malvado kirchnerismo y sobre todo la mujer que lo ha liderado durante largo tiempo.

Bullrich alimenta ese odio de todas las formas posibles y se aprovecha de él. De hecho, su principal mensaje de campaña es un silencio atronador: haberse negado a condenar el intento de asesinato a la vicepresidenta es la mejor estrategia para mantener la lealtad de quien lamentaron -y lo siguen lamentando- que la bala no hubiera salido.

¿Cuántos puntos perdería en las encuestas si por un ataque de sensatez que después sus estrategas de campaña seguramente le reprocharían, un día Bullrich lamenta y condena el atentado contra Cristina y pide que sus atacantes sean condenados? Yo creo que muchos, de verdad.

Pero los estrategas de campaña tienen más recursos para convencerte, para convencernos, que lo único necesario en la Argentina es la fuerza y que ella, Patricia, es la que puede ofrecerla.

Estos estrategas aprendieron de Trump y de Bolsonaro. Porque como ellos, Bullrich, que estos días podría muy bien apellidarse Bullshitter, puede exhibir como ellos la mayor ignorancia en todos los campos que deberá atender si es electa presidenta y regurgitar las mayores barbaridades. Pero eso no le hace mella, parece que todo lo contrario.

Y es que Bullrich no se propone a este argentino normal como una candidata que sabe, que analiza, que comprende una situación antes de tomar decisiones, sino como la encarnación de una fuerza que terminará de una vez por todos con lo anormal, como los cortes de calles.

Porque si se muestra como alguien que sabe y que razona, es posible que aquel adulto normal y deseoso de un mandamás que rápidamente se lo ordene todo, termine vióndola como una timorata que va a dudar y a demorar en dar órdenes. Más exhibe su ignorancia, más reluce su promesa de fuerza. Y te lo digo sin eufemismos, su promesa de violencia.

Milei parece un pedante catedrático cuando habla y Bullrich exhibe su ignorancia con desparpajo, pero tienen demasiado en común.

Milei parece que quiere tirar todo a la mierda, y Bullrich ordenarlo todo: pero los dos quieren que se usen más los fierros.

Además, ni vos ni yo podemos creer sin una buena dosis de estupidez que un Milei presidente no utilizará las fuerzas estatales para reprimir a sus opositores. Y vos y yo sabemos que Bullrich no deja de felicitar a quien mata a un landrozuelo en defensa de sus propios bienes.

Así que no puede sorprender que en una eventual segunda vuelta buena parte de los votos de Milei terminen apoyando a Bullrich. Lo que les atrae son los fierros, precisamente.

Ninguno de los dos, además, se alegró en lo más mínimo de que -46 años después de haber nacido- un hombre por fin sepa quienes fueron su madre y su padre porque un Estado ha hecho su tarea para sacar a luz su verdad, ocultada por otro Estado represor.

Y posiblemente no se alegren porque para ambos el secuestro de mujeres embarazadas, su tortura en distintos centros clandestinos, su asesinato luego de que dieran a luz, y la apropiación de sus bebés con una falsa identidad no fueron más que episodios inevitables de la guerra de todos contra todos o de la necesaria fuerza del Leviatán para un país «anormal».

Versiones mentirosas de una etapa horrorosa de nuestro país, que quieren que desconozcas, para que termines aceptando una o las dos opciones de fierro de la derecha.

En definitiva, y para no plomearte, quiero decirte que Milei y Bullrich saltan de contentxs cada vez que un policía de gatillo fácil o un abogado armado mata un ladroncito, pero nunca se alegrarán de que por fin un nieto recuperado pueda saber quién fue su madre, aunque ya no pueda conocerla, por que esa vida fue truncada y esa verdad ocultada por unas fuerzas de seguridad sin limites.

Ahora, fijate cómo la recuperación de la identidad de un nieto -el hijo de una desaparecida- hizo bailar hace unos días a una abuelita de más de 90 años, que nunca se ha rendido ni al Leviatán ni a los lobos.

¿No será por ahí la cosa?