julio 17, 2023

Bullrich o la fascinación por la fuerza y el orden

Por Andrés Gauffin

No habían pasado unos pocos días desde que había afirmado que el 50% de lxs estudiantes de las universidades nacionales son extranjeros, cuando la precandidata presidencial de Juntos por el Cambio Patricia Bullrich se presentó en Instagram como la fuerza para poner orden en «esta Argentina anormal en la que vivimos»

El posteo se exime de aclarar cuáles son los países normales y porqué, pues en el mundo de las fake news en el que se ha instalado la campaña de Juntos por el Cambio y de los medios que los apoyan, cualquier mensaje se puede difundir sin necesidad de razones: se justifican por los mismos prejuicios que alimenta en sus destinatarios.

Pero es posible conjeturar con bastante razonabilidad cuál puede ser un país normal para Bullrich, teniendo a la vista sus antecedentes.

El Chile de los carabineros disparando a los ojos de los jóvenes era un país normal, por ejemplo.

O también los Estados Unidos de las bombas racimos puestas a disposición de Ucrania.

Y, cómo no, la Francia del asesinato de Nahel a manos de un policía.

Porque, convengamos, era una anormalidad que un adolescente conduzca sin carnet de conductor, y la policía es la encargada, en un país normal, de terminar con esas anormalidades.

Es una normalidad que «esta» Argentina ha perdido, desde que ella dejó dejó de fungir como ministra de Seguridad de Mauricio Macri, pero que ha comenzado a recuperarse en la Jujuy de las balas de goma y las detenciones ilegales de su «contrincante» Morales, con quien sólo compite para mostrar quién será más duro.

En aquella Argentina de 2017 normalizada por Macri y Bullrich, era normal que un policía matara por la espalda a un delincuente de 18 años que huía. Lo anormal hubiera sido que el policía Luis Chocobar no lo matara.

Por eso Bullrich lo reivindica desde el mismo momento en que el plomo terminó con la vida de Juan Pablo Kukoc.

Sólo hay que seguir el hilos del «posteo-fake news» de Bullrich en Instagram para dimensionar la promesa del garrote, los gases lacrimógenos y las balas de goma y de plomo de la precandidata de Juntos por el Cambio.

Pues será la fuerza, no el diálogo; la fuerza, no el consenso; la fuerza, no el acuerdo; la fuerza, no la negociación, la que va a poner «orden» en este país anormal.

¿Hay algo más primitivo y brutal más que esta fascinación por la fuerza y el orden que promueve una coalición electoral que suele presentarse como insignia de la modernidad, el republicanismo y la institucionalidad?

Bullrich y sus seguidores utilizan la campaña de un proceso democrático para difundir el gran argumento que justificó la dictadura más violenta de la historia Argentina: hace falta alguien con mano dura para poner orden.

Su vestimenta está a tono con su mensaje: su blusita blanca y su austero, casi tosco, saco azul no sólo la diferencia de Cristina, también la asemeja a los uniformados que utilizarán la fuerza.

Nunca en estos cuarenta años de democracia ininterrumpida, una coalición con pretensiones de llegar al poder había lanzado mensajes tan justificatorios de la política de violencia estatal.

Pero si a los golpistas del 76 utilizaron las columnas de opinión en los diarios de papel como La Nacion y El Tribuno y las entrevistas televisivas en noticieros en negro y blanco a una doña Rosa que pedía mano fuerte para hacer borrón y cuenta nueva, ahora Bullrich y Juntos por el Cambio lo hacen todo con posteos en Instagram elaborados por equipos tanto o más inteligentes que el mismo Joseph Goebbels.

Y si en los 70 la promoción del odio a cualquier persona que fuera siquiera sospechada de izquierdista justificaba la violencia estatal, ahora no sólo la fobia por el «kirchnerismo» -una especie de síntesis de todos los males de la Argentina-, sino también la aversión por el inmigrante actúa como justificación de la mano más dura.

Bullrich y su socio Luis Preti -pero también a Larreta y a Morales- sugieren por las redes que echarán al inmigrante de los hospitales públicos y de las universidades, mientras esconden sus planes sobre el sistema de jubilaciones, la reforma laboral, o sobre la deuda.

«Si la Argentina fuera un país normal bastaría con un buen administrador o un buen teórico de la economía, pero esta Argentina es anormal», comienza su posteo.

No sólo se propone como una presidenta de la «fuerza», packaging con tantas reminiscencias de los gobierno de facto.

También propone medios excepcionales para abordar una situación anormal. Y siempre lo excepcional en política tiene que ver con la suspensión de todos los derechos constitucionales y la prevalencia de la fuerza: es lo que se llama, técnicamente, Estado de Excepción.

Lo que Bullrich propone en definitiva es llegar a la «normalidad» de la Argentina a través de la vía de la excepción: no es que ya no sólo suspenderá el diálogo, la negociación y los acuerdos. También pondrá en suspenso las garantías constitucionales sobre los más básicos derechos.

A cambio de orden.

No cabe duda que Bullrich sacará su tajada en Salta, pues este vieja fantasía de la mano dura y del orden viene siendo alimentada desde hace años, para su provecho, por viejos y nuevos poderes.

Sólo hay que ver cómo, cuando llega a Salta y se sube a un caballo en la Sociedad Rural -lo hizo en abril- es filmada con decenas de celulares que de inmediato suben su imagen en las redes.

Pero tampoco cabe duda que muchxs habitantes de esta Salta alimentan otros sueños.