enero 28, 2022

El husek de Valentino

Por Andrés Gauffin

El secretario de Desarrollo y Vivienda ni siquiera hojeó la carta que en su misma oficina provincial le presentó el cacique wichí Valentino en nombre de sus comunidades.

Ya saben ustedes cómo esas oficinas se encuentran rodeadas de desiertos de cemento  para que estacionen allí los automóviles y camionetas de centenares de funcionarios, sólo hace falta darse una vuelta por el Grand Bourg, el Centro Cívico Municipal o la Ciudad Judicial.

Pero la película “Husek” arranca cuando Valentino y su nieto Leonel, en el medio del bosque nativo que aún conservan en el norte de Salta, recolectan miel de un panal, poco antes de que el abuelo le narre a su nieto la historia -no tan antigua- de una ocupación del Ejército que terminó en matanza.

El cemento alrededor de las oficinas provinciales y la mano de Valentino acariciando la corteza del árbol original de la comunidad wichi, tal vez sea uno de los contrastes más impactantes del film dirigido por Daniela Seggiaro que este enero de 2022 se proyecta en Salta.

En tiempos de Valentino y Leonel ya no avanza el Ejército por el bosque wichí, por supuesto, sólo las topadoras creando otros desiertos en esas tierras. Pero el abuelo sigue acariciando su árbol y contándoles historias a su nieto, al mismo tiempo que descree de las promesas de progreso y bienestar del secretario de Desarrollo y Vivienda, adornada con los más correctos términos políticos.

Casas con techos de chapa en el infierno chaqueño-el secretario “accede” en algún momento a que las comunidades pongan los aislantes que quieran- a cambio de más monte para las topadoras y la expansión agropecuaria: tal es el acuerdo implícito que en término mucho más civilizados que los del Ejército, pero tanto o más efectivos, pretende imponer el Estado.

Nación y Provincia acaban de inaugurar en Santa Victoria Este -y esto no es la película, sino lo que acaba de suceder al comienzo la última semana de enero- un Centro de Recuperación Nutricional en un acto en el que desembarcó, por un segundo, una nutrida tropa de funcionarios provinciales y nacionales.

Es una pena que Seggiaro no haya contado, para el guión de su película, con las sentidas palabras pronunciadas en el acto por el gobernador Gustavo Sáenz, mejor ejemplo de lugares comunes auto justificatorios que las del secretario de Desarrollo de la película, de desconocimiento del sufrimiento de las comunidades, de auto ensalzamiento del cumplimiento de sus promesas de desarrollo.

En el discurso de Sáenz, ni una sola mención al fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que, ya hace dos años, ordenó a Provincia y Nación, restituir la propiedad de la tierra a las comunidades originarias, con todo lo que ello significa: lo primero de todo, la protección del bosque y sus recursos, entre ellos los árboles y los panales de donde mana la alimenticia miel que recolectan Valentino y Leonel.

Desde hace dos años el gobernador Sáenz no ha enunciado una sola acción, ni ha presentado una sola estrategia, no se ha comprometido, en fin, a cumplir con el contundente fallo que lo obliga a hacer acciones concretas de reparación.

Las topadoras y la tala indiscriminada están dejando sin bosques, sin miel, ni otros recursos alimenticios a los wichís. Pero el olímpico desconocimiento del fallo de la Corte Interamericana también los ha dejado sin esperanza de justicia y sin derechos.

Cómo puede ensalzarse el “día histórico” -lugar común al que es afecto el gobernador- de la inauguración de un centro de atención a víctimas de un etnocidio que el mismo Estado podría, pero parece que no quiere evitar.

Tampoco Sáenz se ha dolido por las continuas muertes de niñas y niños wichís por deshidratación, o por desatención en los hospitales de la región, o como producto de femicidios. 

Nada más, y aprovechando los millones que la Nación le ha otorgado para construir el nuevo Centro, ha tomado el micrófono y ha exaltado el cumplimiento de sus promesas con obras que no partieron de su preocupación, más centrada en el rápido avance de la nueva autopista que conectará los barrios privados de las serranías del oeste de la capital salteña con la Ciudad Judicial: a eso se le ha llamado celeridad de la justicia.  

Obra que califica como desarrollo -en Salta llamamos así a cualquier cosa que tenga cemento y pavimento – y que tampoco él ideó.

Sin ninguna estrategia provincial ni nacional  para cumplir el fallo de la Corte Interamericana, sin ninguna asignación de fondos a la vista, el nuevo Centro de Recuperación Nutricional sólo indica que en los pronósticos de ambas jurisdicciones se intensificará la depredación de los recursos naturales de la zona, la desertificación implacable, y con ello, la escasez de alimentos para las comunidades.

¿Cuántos más centros habrá que inaugurar? ¿Cuántas más promesas de desarrollo que escuchar?

¿Y cuantas más frases como “la desnutrición es producto de la cultura aborígen”? La miel que cae del panal y, más tarde un Leonel que lee los ingredientes artificiales de unas galletitas ultra procesadas que le ofrecen en la capital también contrastan en los ojos y en los oídos de quienes mira la película.

¿Cuándo entenderán los funcionarios provinciales que no es que la desnutrición es producto de la cultura wichí, sino que la alimentación es una cuestión cultural, tal como sentencia el fallo de la Corte Interamericana?

La película de Seggiaro también nos echa en cara el racismo y el desprecio de los blancos hacia los aborígenes -”¡encima que les damos casas!”- y el típico machirulismo salteño en 4×4, que sofoca y frustra todas las relaciones entre géneros.

Quien mira el filme no deja de respirar también cierto aire religioso que hace aún más irrespirable una atmósfera en la que se produce equívocos sorprendentes.  Pero todas las advocaciones que se escuchan no pueden evitar la estampida del final.

Tiene razón Seggiaro: ninguno de los funcionarios de la provincia ha leído la carta que ha presentado Valentino y que sólo pide lo que les pertenece desde hace añares: la tierra. La capital salteña ha dejado de tener ojos para ver la catástrofe, y oídos para escuchar esas voces. Pero Valentino y su comunidad no van a abandonar su husek.