octubre 22, 2021

Laureano, el recolector

Por Andrés Gauffin

Por los años 90,  Laureano Segovia participó cerca del  Pilcomayo de una reunión con funcionarios provinciales enviados para  “negociar” con criollos y aborígenes de la margen del río.

De un lado se pusieron los wichis, entre ellos el propio  Segovia. Del otro, los criollos. En el centro, como si fueran neutrales, los funcionarios que no más iniciaron el encuentro preguntaron a viva voz quiénes podían mostrar documentos o libros que acreditaran su propiedad sobre esas tierras.

Enseguida levantaron la mano las familias criollas, a muchas de las cuales el Estado Nacional , posiblemente luego el Estado Provincial, le suministró alguna documentación sobre esas hectáreas en las que se habían asentado desde comienzos del siglo XX.

Pero los wichis no pudieron levantar la mano. Vivían en esa tierra desde decenas y decenas de años antes (¿siglos?) que los criollos, pero no tenían un documento, un libro.

Y así fue que decidió escribir  Laureano Segovia, este personaje fabuloso de la cultura- tan fabuloso como en la política Francisco Pérez, el histórico líder de Lhaka Honhat.

No podía ser que sus hermanos no tuvieran un libro. No.

La anécdota, si así puede llamarse, vaya anécdota, está narrada por el propio Segovia en la película  “Tewok” dirigida y producida por Carlos Müller y Ricardo Bima, que fue presentada este año en la capital salteña y otras ciudades de la provincia.

En realidad, todas las historias que la película narra y muestra son impactantes, conmocionantes y también bellas. Pero por alguna había que comenzar.

Tewok es el registro audiovisual de una resistencia, personal y comunitaria, que tiene en esa decisión de Laureano un momento inaugural.

Desde ese día, más o menos, Laureano echó a andar el Taller de la Memoria en su casa de Misión La Paz, que alguna vez llegué a visitar por el año 2009, a donde me habló sentado frente a su máquina de escribir y flanqueado  por sus decenas de grabaciones de músicas e historias de su gente.

Wichi recolector, como debía ser: de leyendas, de historias y de músicas de los originarios habitantes del Pilcomayo, algunas de las cuales han sido incorporadas a la película. Con su pelada cobriza o su gorrita, Laureano se torna una figura adorable en la película de Müller y Bima.

Olhamel ta ohapehan Wichi (Nosotros los wichi),    “Otichunaj Ihayis tha oihi tewok” (Memorias del Pilcomayo), “Olhamel Otichunhayaj” (Nuestra memoria), “Lhatetsel” (Nuestras raíces-nuestros antepasados) y “Och’a tilhis Ihamtes” (Raíces del Chaco Salteño), Laureano no sólo ha dejado esos libros a sus hermanos y hermanas. En sus mismos títulos también nos ha dejado la música que se escucha como una brisa a orillas de Tewok. 

Escuchar su voz cuando cuenta cómo  perdió a su nuera y a su hijo juntos, víctimas del cólera, aquella  otra epidemia que devastó a su gente por 1992, conmociona, pero también edifica, como edifican quienes, pese a todos los mazazos, no del destino sino de una bárbara civilización que se ha ensañado con ellos,  testimonian su decisión de resistir hasta el final.

 Lo mismo cuando recuerda la histórica toma del puente de Misión La Paz construido sin consulta previa por el gobierno de Roberto Ulloa, manifestación organizada por Segovia y sus hermanos y cómplices  y concretada hacia 1996, ya frente a los mismos bigotes del secretario de Seguridad del entonces gobernador Juan Carlos Romero, Sergio Nazario.

Tewok es un archivo de todas esas resistencias, y en sí misma la película es también un acto de resistencia: de resistencia a esta tarea de olvido y marginación sistemáticos que han llevado los gobiernos de Ulloa, de Romero y de Urtubey. 

Y que ahora mismo continúa el de Gustavo Sáenz, que ha resuelto guardar en algún cajón del Grand Bourg, bajo llave, el  fallo de marzo de 2020 de la Corte Interamericana de Derechos Humano que le ha ordenado al gobierno de Salta restituir las tierras a las comunidades aborígenes y proteger sus recursos.

Así fue Laureano. Así se nos fue.

No habían podido con él mismo -ni tampoco con Francisco Pérez- todos los históricos agravios e ignominias de Salta a sus comunidades: los estragos que el alcohol y el tabaco les causaron no bien llegaron con los criollos, los asesinatos y fusilamientos a mansalva, la degradación de los bosques de su pueblo, de Tewok, su río que llamamos Pilcomayo, el despojo de su tierra, la indiferencia, el ultraje a sus niñas y mujeres, el desprecio constante con la palabra mataco, la epidemia del cólera, y hasta la división de sus comunidades, promovida sistemáticamente desde los gobiernos de una capital que aún tiene el tupé de llamarse federal.

Y el hambre. El hambre de las niñas y los niños wichis. El hambre bajo esos árboles.

Pero lo que no han podido esos agravios, lo pudo pandemia del COVID 19 en los primeros meses de 2021.

Segovia y Pérez murieron resistiendo  -como seguirá resistiendo su pueblo-, y Salta todavía no se ha dado por enterada de lo que ha perdido. Pero puede ser que viendo la película “Tewok” algunos, al menos por una hora, caigamos en la cuenta.