noviembre 16, 2020

Infiernos

Por Andrés Gauffin

Rostros con líneas que dibujaban el mapa del infierno humano veía Roberto Arlt en la Buenos Aires de  1930. Si se sentara hoy en algún  banco de la plaza 9 Julio, digamos frente a la Catedral, no vería mapas, sino al mismo infierno.

El infierno de un 50% de los habitantes de esta bendita ciudad consiste en no saber si van a tener  hoy un plato de comida. O un remedio. O una cama en el hospital. O una cama donde dormir.

El camino para salir de sus llamas se llama revolución.

El infierno del otro 50% es dantesco, por lo imaginario, permítanme el alarde. Diría 40%, porque hay un 10% del que no quiero hablar, hoy.

Les voy a contar tres o cuatro de tantos caminos de los que disponemos para salir de esas llamas.

Sí, paren de sufrir.  Les prometo que no les voy a cobrar una limosna, ni un óbolo, ni un diezmo.

El primero arranca en siglo XVI cuando una mujer llamada Teresa, fundadora de las Carmelitas Descalzas,  escribió Las Moradas: a la paz llegó, según leí,  a través de un largo viaje interior, pero yo creo que más hizo la valentía con qué mandó de paseo a los que pretendían convertirse en sus directores espirituales y mortificarla.

Ya sé que este camino teresiano no tendrá muchos adeptos. Yo mismo ni pienso entrar de monja a las carmelitas. Y mi amigo Luigi tampoco. Creo.

La interioridad oriental, para decirlo con mis palabras, fue escogida por muchos salteños y salteñas para salir del infierno. El altar de Buda en casa o el recitado rítmico de un mantra: no he conocido malas personas que lo practiquen, y eso es mucho decir.

 A mí mismo algún mantra me ha salvado varios días. Y a esta altura del partido, un día se parece mucho a la eternidad.

Después viene el camino filosófico que es uno de los que recorrí, intelectualmente, o sea leyendo, con más entusiasmo. Nada más que, ahora descubrí que no se trata de pensar, ni de anotarse en la carrera de Filosofía, sino de hacer algunas cosas.

Y si no pregúntenle  a Diógenes, que no dio una sola clase sobre Foucault en la UNSa, ni tenía el título de magister, pero supo desairar al mismo Alejandro Magno.

O miren a mi amigo Montaigne que detestaba la escolástica, pero practicaba la “volupté”  (se me acaba el artículo, no tengo tiempo de explicarlo), con lo que logró no sé si la paz teresiana, pero sí alguna tranquilidad.

No se desesperen si todo esto no les funciona. Todavía les queda pedir un turno con el psiquiatra o la psicóloga, debidamente matriculados por supuesto.  Claro que hay que tener un poquitín de suerte porque si el psiquiatra te receta la pastilla equivocada, o amenaza con mandarte al Ragone, se te puede extender tu temporada en el infierno.

No pretendo dirigir a nadie. Cada quién tiene su propio camino para afrontar el día con la mayor ataraxia posible, como decían los griegos. ¡Que tampoco tengo tiempo de explicarlo!

Todo esto ha valido, claro, pero ya sabes que tantos días me bastan tus ojos recién abiertos, por ejemplo, y tu pelo rojo cuando vuelves.