mayo 11, 2023

Salteño churo

Por Andrés Gauffin
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El salteño sale todos los días a laburar, a esforzarse para salir adelante. Es el destino de su vida.

A pesar de su rudeza, siempre será un agradecido por tener trabajo. Esa es su humildad, también su grandeza y su gloria.

Así se porta con las empresas -agrícolas o mineras- que le dan un empleo. Y como el gaucho que nunca se quejaba ante las dificultades, nunca pondrá un pero a su patronal por las condiciones en las que trabaja.

Es salteño porque trabaja, y trabaja porque es salteño. De su rostro con casco minero al poncho rojo, y del poncho rojo al overol.

Si no tiene esos conchabos, el salteño puede ahora convertirse en un emprendedor. Que es lo mismo que rebuscársela como pueda, pero con un término que lo dignifica.

Y es que el salteño no es un vago. Y ningún vago puede ser salteño.

Por eso el salteño participaba de todas las capacitaciones laborales que durante la campaña electoral le ofrecian los principales candidatos a intendentes de la capital salteña. Hacer que todos trabajen se convirtió en la primera promesa de Emiliano y de Bettina.

A diferencia del porteño, al salteño no le gusta mucho hablar, ni pensar. Eso significa calentar la silla. El no discurre, no habla: sólo hace, hace obras como sus gobernantes. Su gran obra es su trabajo.

No habla, pero en todo caso canta. Puede entonar en la voz de su gobernador -y henchido de orgullo – la zamba «Plaza 9 de Julio» o la «López Pereyra» en el teatro provincial «Juan Carlos Saravia».

Si algo hace el salteño además de trabajar, cantar y de dedicarse a su familia y a sus amigos, es defender.

Defender es una misión histórica del salteño. Su condición es la del centinela. Sale a trabajar para su familia, canta con sus amigos y defiende a la provincia y a sus gobernantes, a quienes hacen por él y para él.

A él lo llamaron durante la campaña electoral a «defender seguir haciendo».

El salteño es tan churo que también defiende la tradiciones.

Tanto es así que si es mujer, el salteño arraigará su tradiciones en su piel, y se tatuará en su cuerpo el modelo de todos los habitantes de Salta: el gaucho.

El modelo salteño que la mujer tatúa sobre su cuerpo seguirá siendo un salteño, un gaucho. No una salteña.

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El salteño no conquista, no crea, no se rebela. No imagina; su memoria y su historia sólo le sirve para conservar las tradiciones, para repetirlas. La memoria debe prepararlo para defender a Salta, pero no lo predispone a dolerse de los sufrimientos en concreto de sus paisanos ni a rebelarse contra sus causantes.

Las únicas injusticias que aquejan al salteño son las que producen quienes viven en Buenos Aires y creen que la Argentina termina en la avenida General Paz, o que piensan que hay argentinos de primera o de segunda.

Pero ningún salteño produce injusticias contra otros salteños. Por eso ningún salteño del interior puede denunciar que los capitalinos creen que Salta termina en el Portezuelo.

Y ningún salteño saldrá en los medios señalando que en Salta hay salteños de primera -como los que habitan en los barrios privados del oeste de la capital-, y salteños de segunda -como los del departamento San Martìn que no tienen agua-.

Porque en realidad el salteño sabe que dentro de Salta no hay injusticias, ni marginaciones históricas, sólo «problemas de la gente».

Los salteños son todos hermanos. Tanto, que pueden llamar por su nombre a Gustavo, Bettina, Emiliano, que todos los días aparecen generando soluciones en los barrios con más problemas.

El salteño siente que como ya los Durand, los Sáenz, los Cornejo o los Romero ya no usan su apellido en la campaña, de un golpe se han borrado todas las diferencias sociales.

Gustavo, Emiliano o Bettina aman esta Salta donde no hay conflictos.

Los salteños no tienen derechos, sino en tanto argentinos. Y es que a los salteños no les hace faltan los derechos, porque tienen el amor de sus gobernantes y eso les basta. Es el amor y no los derechos lo que mueve el hacer de todos.

El salteño no le gusta protestar, su única marcha es la del 17 de junio, en homenaje a su héroe. También la del 15 de septiembre, tras sus patronos.

No es el amor por Salta lo que mueve al salteño que ocupa las calle fuera de esos días. Por eso, para marchar debe pedir autorizaciones a la policía, seguir un protocolo.

Nada más ajeno al salteño que términos como «izquierda», «derecha», o incluso «centro»: al salteño no lo van a convencer con discursos sobre igualdad o desigualdades, menos sobre «clases», ni de poder económico. Tampoco sobre libertades cívicas.

Es inútil que un candidato le hable a un salteño con esos términos foráneos, que no reconocen ninguna de las tradiciones que dejó escritas don Bernardo Frías.

El salteño no es de derecha ni de izquierda. Le basta con ser salteño. A sus gobernantes también.

El salteño ama a su tierra, aunque sólo la posean unos pocos y él no tenga un lote minúsculo. El salteño es un gaucho que -desde la muerte de Güemes- sólo se emociona por su amor por la patria, pero nunca se indigna porque pese a sus sacrificios no le dan un pequeño lote.

Este, señoras y señores, es el salteño de Gustavo, Bettina o Emiliano. El que quieren que vote por amor a Salta.

¿Churo, no?