octubre 27, 2022

La educación aristocrática

Por Andrés Gauffin

Que el senador nacional Juan Carlos Romero, su esposa Bettina Marcuzzi, los hijos de ambos, diputado provincial Juan Esteban Romero e intendenta de Salta Bettina Romero, hayan sido homenajeados hace unos días en el exclusivo College Uzzi, no debería comprenderse tanto por la rima evidente, como por una historia que arrancó en 1985. O tal vez en los años 60.

Pues en 1985 el ya ex teniente coronel del Ejército, luego empresario y abogado, Jaime Solá, convenció al entonces gobernador Roberto Romero -padre de Juan Carlos, suegro de Bettina Marcuzzi y abuelo de Bettina Romero y Juan Esteban, y -, de que la única alternativa para modernizar Salta era enviar a centenares de jóvenes locales a formarse en el exterior.

Solá contó esa experiencia en su libro «El día que quisimos cambiar Salta», que publicó en 1994, un año antes que Romero (Juan Carlos) resultara electo por primera vez gobernador de la provincia.

Allí cuenta sin filtro que el objetivo del programa educativo que en 1985 le vende a Romero (Roberto) era el de convertir la vieja «oligarquía» dominante de Salta en una «aristocracia», el grupo minoritario de los mejores, de los miembros más notables de la sociedad encargados de conducirla.

«Estoy de acuerdo y tiene todo mi apoyo para que cambiemos Salta», cuenta Solá que le respondió el entonces gobernador Romero (Roberto) cando le propuso «perforar el cerro San Bernardo hacia el mundo desarrollado».

Para quienes quieran comprender la gestión de Romero (Roberto) que se extendió desde 1983 hasta 1987, es imprescindible la lectura de ese libro. Nada más que, al terminarlo, tal vez no puedan comprender cómo un liberal al rojo vivo pudo ser parte de un gobierno que se llamaba justicialista.

Y digo «rojo» porque Solá salió del Ejército cuando em los años 60 los «colorados» -integrantes del bando más furiosamente antiperonista del arma- fueron derrotados por los azules de Juan Carlos Onganía.

Ni menos podrá comprender cómo el peronista Roberto Romero haya adoptado como uno de sus principales asesores a un ex militar que acostumbraba citar las máximas del libro del Guy Sorman, llamado «El Estado Mínimo».

Formado por el periodista Mariano Grondona en la Escuela Superior de Guerra, Jaime Solá hace en su libro el clásico repaso liberal de la decadencia argentina, de la cual culpa, por supuesto, al peronismo, pero sin nombrarlo.

A su juicio, la democratización propiciada por Roque Sáenz Peña y el salteño Indalecio Gómez, sólo trajeron el auge «del gobierno populista y demagógico, que bajo la bandera de las reivindicaciones sociales llevó al país al atraso con un sistema socialista o nacionalista».·

Hay que comprenderle a Solá que no haya querido acusar explícitamente al justicialismo de la decadencia argentina: don Roberto había asumido la gobernación como peronista, y en 1994 otro Romero (Juan Carlos) – ex compañero de Solá en la cátedra de Derecho Comercial, con quien había mantenido cotidianas charlas sobre la modernización de la provincia -aprestaba su campaña a gobernador , también con el justicialismo.

Educar jóvenes salteños en el exterior para que conduzcan Salta los mejores: así puede resumirse el proyecto educativo que Solá le vendió a Romero (Roberto)

Aplicó su programa a través del famoso Instituto Superior de Estudios e Investigaciones de Salta (ISEIS), cuyo más notable logro, sin embargo, fue enviar 136 jóvenes locales a vivir en kibutz de Israel por unos meses.

No se sabe muy bien ahora cuánta aristocracia dirigente local contribuyó a formar esas experiencias de vida comunitaria en los desiertos israelitas.

Pero lo cierto es que todavía perdura en los Romero (Juan Carlos I, Bettina I, Bettina II y Juan Esteban I) la certeza de que la educación debe formar un grupo minoritario -el de «los mejores»- que conduzca a la sociedad.

Algo parecido a lo que pensaba monseñor Roberto Tavella cuando fundó el Bachillerato Humanista Moderno con el apoyo -otro desafío intelectual- de Juan Domingo Perón para educar a los integrantes de la sociedad distinguida de Salta, que tanto amaba (Tavella, no Perón).

Ahora siento que desde su tumba Tavella me dice que la historia le dio la razón: los ex gobernadores Romero (Juan Carlos) y Juan Manuel Urtubey y el actual Gustavo Ruberto Sáenz egresaron de sus clásicas aulas. Los padres de los tres sabían muy bien qué querían de la educación de sus hijos: que los haga los mejores y así, parte de la élite gobernante.

Allá monseñor y su aristocracia.

Por supuesto que los Romero -y ya no los nombro a cada uno más porque este ensayo se haría demasiado largo- también están convencidos de que encabezan el grupo minoritario modernizador de Salta que logró superar las oligarquías telúricas de los viejos apellidos que dominaba la Salta de antes.

Para confirmárselo, además del libro de Jaime ¿había algo mejor que un acto de reconocimiento del Uzzi College?

Iba a rematar este ensayo con esa pregunta, pero me estaba olvidando lo de los años 60, que dejé picando en el copete.

Y es que en su reciente y elogioso libro sobre Roberto Romero, el periodista, radical y ex intendente de Salta de la dictadura, Néstor Salvador Quintana, revela cómo Jaime Solá conoce a Roberto Romero y su hijo Juan Carlos Romero por lo menos desde esa década.

Cuenta Quintana -con el mismo tono de panegírico que predomina en todo el libro- que por esa época un militar con asiento en Salta empezó a difundir sospechas sobre Romero (Roberto), que en los años 60 iba acumulando poder con El Tribuno, el diario Norte, y hasta la presidencia de Central Norte.

Entonces Jaime Solá, que ya era ex teniente coronel pero que conservaba aceitados contactos con los altos mandos del Ejército, le pidió al entonces director de la Escuela Superior Táctica, general Santiago Omar Riveros, una reunión para que don Roberto pudiera disiparle en persona las sospechas.

Romero (Roberto), cuenta Quintana, viajó ya en el año 70 con su hijo Juan Carlos, y el mismo Jaime Solá a Buenos Aires. Y ante el mismo Riveros -que ya era un peso muy pesado del Ejército- se defendió «con argumentos sólidos», en lo que el periodista relata como si fuera un juicio militar.

Días después lleg´ó el aliviador veredicto. Riveros mandó decir que a pesar de que había hecho funcionar toda la maquinaria de inteligencia del Ejército, a Romero (Roberto) no se le había encontrado ni una pizca de peronismo ni de marxismo, ni de hippie por supuesto y que estaba libre de toda culpa y cargo.

Santiago Omar Riveros fue condenado algunos años después a cuarenta y cinco años de prisión por robo de bebés en Campo de Mayo, crímenes de lesa humanidad que cometió durante la dictadura inaugurada en 1976.

No, si hay que ver los viejos amigos de esta nueva aristocracia modernizadora y gobernante, la de los mejores.