octubre 7, 2022

Lucilio y yo

Por Andrés Gauffin

 “Debe haber un error”, pensé o sentí cuando vi que el dedo me apuntaba a la frente  esta mañana. Cinco minutos antes yo había salido de casa con zapatillas deportivas y anteojos oscuros,  había atravesado el perfume del jazmin de enredadera,  escuchado los gorjeos de pájaros escondidos en el verde nuevo de la morera  y sentido el recorrido de alguna que otra hormona en mi cuerpo. La mochila al hombro como siempre con la pitanza del día, el celu, los audífonos, la riñonera, la libretita de apuntes, el libro para resguardo de los tiempos muertos  No vestía chupín, pero el pantalón que llevaba podía pasar.  Sólo lamentaba el olvido de la gorra azulgrana, ideal para el día de sol que me esperaba. Cuando ya llegaba a la avenida, miré la punta recién iluminada del Laja, al lado del Lesser, que me han prometido mis compañerxs montañistas y los desafié de reojo. Mountains are calling, and I must go,  repetí siguiendo la frase del bordado de la remera verde que llevaba. Corrí para  cruzar la avenida y llegar a tiempo a la parada. De un salto trepé al colectivo, saludé al chauffeur con un vehemente buen día, pasé la tarjeta, me agarré bien fuerte al pasamanos dispuesto a no dejarme vencer por los volantazos y frenadas del conductor que acaba de devolverme el saludo, e inicié mi paneo visual sobre el pasaje, al resguardo de mi gafas oscuras. Cuando de re p en te ví ese dedo que me apuntaba a la sien. “¿Yoooo?”, pregunté con vergüenza. Debe haber un error, pensé, al cuete. Porque el jovencito de gorra, mochila universitaria, apuntes en la mano y bermudas de vaquero me siguió señalando con el índice, y con los otros dedos me ordenaba que fuera hacia su asiento. Seis décadas planearon sobre la butaca,  como naipes de un castillo que se deshacía sin remedio. Seis décadas y una mano que manoteaba la mochila para releer “Las Cartas a Lucilio”: “Lo más voluptuoso que haya en todo placer se guarda para el final. La vida es más agradable cuando ya comienza a decaer pero aún no ha parado en decrepitud”, leí con algún consuelo. Seis décadas y otra mano que manoteaba el celular para wasapear. “ ¿Dónde era que vendían bermudas baratas de vaquero, amorrrr?