marzo 22, 2022

La música del Cuchi, la voz de Rozín

Por Andrés Gauffin

Para Albert Camus no había  otro problema filosófico que el del suicidio. ¿Me tiro o no me tiro por la ventana? Lo que equivale a: ¿vale la pena extender la vida unos días más, o no?

Otro filósofo con menos prensa pero más poético había preferido pensar la cuestión más bien por el lado de la intensidad y le pedía a su amigo que se atreviera a hacer este ejercicio : algún día, a la madrugada, debía dar por sentado un hecho no tan hipotético: que mañana iría a morir.

Entonces la cuestión no era si se tiraba por la ventana o no, porque el destino se ocuparía necesariamente de su muerte, si no qué haría hoy, que aún la parca no había llegado.

¿Sacarás las últimas pastillas azules del cajón y por última vez golpearás la puerta del burdel? ¿O bien vestirás de sayal y saldrás por las calles clamando misericordia?

¿Te tirarás en la cama a llorar? ¿O subirás el San Lorenzo para contemplar por unas horas la inmensidad?

¿Gritarás desde allí el insulto postrero a tus enemigos?  ¿Convocarás a tus amigues para cenar y brindar, con torrontés bien frutado, por todo lo vivido? 

¿Entonarás en la plaza y con poncho otro himno a la salteñidad o te deleitarás por última vez con los colores de la efímera flor de un cardo?

¿Regarás tu lapachito póstumo?

¿Recordarás tus muertos y a quienes los desaparecieron de tu vida? ¿Marcharás con el puño en alto? ¿Darás un beso, dirás te quiero?

Del otro lado del charco, Pau Donés en sus cincuenta y al borde del abismo cantó que me dé el sol en la cara, que el viento me dé en la cara, que la muerte ya vendrá.

Si un choto diagnóstico te garantiza que un tumor hará explotar mañana tu cabeza, o si las cataratas ya nublan tu vista y el incipiente temblor de las manos  te anuncia que el declive final ya ha comenzado, aún tenés tiempo para improvisar un silbido sin ceder al chantaje de los heraldos negros que te ofrecerán otra vida, a cambio de tu último día, que también puede ser el primero, te diría el filósofo poeta.

A sus 70 el Cuchi Leguizamón quiso componer “Me voy quedando” y cuarenta años después, a sus 50, Gerardo Rozin interpretarlo, en el último o en el primero de sus días, qué más da.

Gracias y adiós. Pero nuestros días ya no serán los mismos de siempre. Y una de estas madrugadas cantaremos:

Me voy quedando ciego

la luz titila en mis huesos,

sólo la noche derrama

su esperanza en el silencio,

dorado, herido

por lunas que pasan cantando.

Me voy quedando solo

lejos del cielo y el tiempo,

entre huellas desoladas

sin mujeres y sin perros

que huelen los rastros

por donde transitan los sueños.

A veces no sé quien soy,

la lanza de mi silbido

va alborotando recuerdos

desenredando caminos,

mientras mi risa

cae en el abismo.

Me voy quedando huraño

embalsamando destinos.

No me arrepiento de nada

el bien y el mal son olvidos,

estuches del aire que guardan

la pena y el grito.

Me voy quedando libre

sin arribos ni regresos.

está sobrando el alma 

para cantarle a los huesos,

curiosos de rumbos 

que linden sabores eternos.