Pasajeros a bordo
Si una mujer llamada Natalia te picó el boleto en la escalerilla, ahí en El Maray.

Si la majestuosa Cuesta del Obispo se hizo pequeña a tu derecha, cuando sólo habías subido los primeros peldaños.
Y mientras perdías de vista El Torreón, te apareció su fabuloso casco, por babor.
Si cuando tu bota pisó el sendero, a su estribor floreció naranja un minúsculo cardón.
Si el ermitaño se acababa de marchar y la sombra de su cueva fue un suave remanso en la canícula de noviembre.
Si flameó la bandera que te prometió lo mejor de tu compañero y te obligó también.
Si lo que la mezquindad pretende cercar como privado y prohibido se reveló para tí y para tu grupo como un patrimonio cósmico sin cercas.
Si la conversación y las risas resonaron y se multiplicaron en las coloradas rocas de la quebrada.

Si ves subir a los amigos de antes y también a los de ahora.
Si no te faltó la mano que te ofreció apoyo para una escalada.
Si en las formas rocosas te apareció un hongo o un rinoceronte o dos rostros que se besaban.
Si una compañera te habló de Juancito Fadel y de sus amigas las montañas, o te dejó clavadas algunas de sus incógnitas.

Si nunca en tu vida el cielo fue tan azul ni tan rojas las tierras de Escoipe.
Y si el cóndor pasa, tan en silencio, sobre la proa del Trasatlántico.
Respira hondo, abre tus brazos.
Cae, suavemente, en la cuenta de que ya navegas por el infinito.
