noviembre 15, 2021

Pasajeros a bordo

Por Andrés Gauffin

Si una mujer llamada Natalia te picó el boleto en la escalerilla, ahí en El Maray.

Si la majestuosa Cuesta del Obispo se hizo pequeña a tu derecha, cuando sólo habías subido  los primeros peldaños.

Y mientras perdías de vista El Torreón, te apareció su fabuloso casco, por babor.

Si cuando tu bota pisó el sendero, a su estribor floreció naranja un minúsculo cardón.

Si el ermitaño se acababa de marchar y  la sombra de su cueva fue un suave remanso en la canícula de noviembre.

Si flameó la bandera que te prometió  lo mejor de tu compañero y te obligó también.

Si lo que la mezquindad pretende cercar como privado y prohibido se reveló para tí y para tu grupo como un patrimonio cósmico sin cercas.

Si la conversación y las risas resonaron y se multiplicaron en las coloradas rocas de la quebrada.

Si ves subir a los amigos de antes y también a los de ahora.

Si no te faltó la mano que te ofreció apoyo para una escalada.

Si en las formas rocosas te apareció un hongo o un rinoceronte o dos rostros que se besaban.

Si una compañera te habló de Juancito Fadel y de sus amigas las montañas, o te dejó clavadas algunas de sus incógnitas.

Si nunca en tu vida el cielo fue tan azul ni tan rojas las tierras de Escoipe.

Y si el cóndor pasa, tan en silencio, sobre la proa del Trasatlántico.

Respira hondo, abre tus brazos.

Cae, suavemente, en la cuenta de que ya navegas por el infinito.