agosto 15, 2021

Este domingo la rompí

Por Andrés Gauffin

Hoy domingo 15 de agosto, día de elecciones, me di el gusto de romperla.

Lo que pueden divisar ustedes en el video, bastante en penumbras, soy yo mismo, pescado infraganti por un camarógrafo aficionado, en el mismo acto en que procedía a hacer añicos la boleta electrónica, delante de las autoridades de la mesa.

Fue así. Como obediente ciudadano me presenté tipo 8,30 en la mesa. Me identifiqué como corresponde, diéronme ese antidemocrático invento -que Urtubey ideó nada más como parte de una campaña de propia proyección nacional- y dirigime a la pantalla.

Seleccioné algunas listas, imprimí y gentilmente la máquina me invitó a verificar, pasando la boleta por la lectora, que las listas impresas en la boleta de papel coincidieran con lo que aparecía en la pantalla.

Pero es la máquina -y con ella el Tribunal Electoral- la que me vende el cuento de que  “está verificado” que el chip guarda las mismas listas que yo quería votar.

Por mí mismo, no lo puedo verificar. Ese es el punto. Necesitaría un escáner y una super computadora para quedarme tranquilo.

Lo que guarde el chip o -adoptemos la duda metódica de Descartes- todos los chips que puede contener la boleta, continuará siendo bastante misterioso para mí. Incontrolable.

Sólo con una boleta ya preimpresa, como las de antes, puedo estar completamente seguro que en el sobre van a la urna las listas que yo elegí.

Porque a eso de las 18.30, ¿qué harán las autoridades de mesa? Pasarán la boleta por un escáner, una pantalla irá mostrando números y con los datos así recolectados confeccionarán el telegrama con el que se hará el conteo definitivo.

¡No pue! Si yo no puedo controlar mi voto, todo el proceso quedó, absolutamente, bajo mi descontrol.         

Así que, cuando me dí cuenta del posible engaño, dirigme a las autoridades de mesa y les dije: Miren, no puedo verificar mi voto. No estoy seguro de que lo que yo voté esté guardado en el chip. No voy a ingresar la boleta a la urna.

-Bueno, le damos otra.

-¿Entonces rompo esta boleta?

-Sí, rómpala y nos la entrega.

Y me di ese gusto de elecciones, pero además preservé mi voto. Es decir, no dejé que  desconocidos  interpreten lo que yo quise poner en el chip, es decir, lo que yo quise votar.

¿Qué hacer con la nueva boleta, ya que siempre me iba a pasar lo mismo? Y además, ya había perdido la confianza.

Ya no la pasé por esa costosísima y sospechada máquina. Porque no quiero que una máquina y unos lectores, y unos chips hagan lo que yo tengo que hacer por mi mismo.

Entonces, ya de nuevo delante de la pantalla,  escribí en el voto con birome “Voto nulo”, frente a la atenta mirada de la presidenta de la mesa, a tres metros míos. De esa forma se violó el secreto electoral. No pude votar en secreto.

-Usted anuló el voto, me dijo, sin problema.

-Psi, le contesté. Má si lo mismo ya había anunciado por Face que para elecciones írritas, mi voto iba a ser írrito. Nulo, vamos.

-Entonces será un voto observado, me indicó mientras sacaba de una bolsa un sobre para que pusiera adentro mi voto anulado.

Soy obediente con las autoridades cívicas. Introduje mi boleta anulada en el sobre, y luego el sobre en la urna, y vaya a saber cómo lo contarán esta tarde.

Es un misterio. Como fue un misterio cómo designaron sus candidatos unas organizaciones oscuras y opacas a las que se les llama partidos, y que hace tiempo que no practican la democracia, o que nunca lo hicieron.

Como todavía son un misterio las plataformas de las alianzas y de los partidos, y por tanto, también es un misterio qué harán en la Convención Constituyente, no quienes ganen, sino quienes sean proclamados como tales.

También es un misterio porqué a este circo y a esta farsa se le llama todavía ejercicio democrático.