septiembre 15, 2020

Pasión azulgrana

Por Andrés Gauffin

Victorio Nicolás Cocco sabía usar la cabeza. Se elevaba en el área ante un centro de Pedro González, por ejemplo,  y la metía en el ángulo, para contribuir a que Los Matadores salieran campeones invictos en 1968.

Yo lo vi en algunas fotos del diario Norte, con su abundante cabellera, y desde esos días me hice hincha de San Lorenzo de Almagro.

Cuando tu padre se marcha temprano y de improviso, ¿algo mejor que abrazarte a una pasión?

En la tele en blanco y negro me entusiasmaron las diagonales del Ratón Ayala. Veía el arco y le encaraba, velocísimo, con su melena al viento.  Apilaba contrincantes  y le tiraba el latigazo al arquero. Bicampeones en el 72.

Héctor Scotta la rompía. Literalmente, juro que no se trata de una hipérbole ni un pleonasmo. A las redes y también a los carteles. Rubio ondulado, musculoso, metía miedo a los rivales. Y sí, en el 75 convirtió 60 goles en 57 partidos: si jugabas contra él sabías que alguno te iba a embocar.

Cocco, Ayala y Scotta habían llegado a San Lorenzo desde Santa Fe,  provincia natal de los tres.

Los años, con un descenso a la B entre medio, amortiguaron un poco la pasión. Pero el azul y rojo siempre se encienden.

“Querés que te lleve”, me encaró la profesora de historia al término de la cena de fin de año del año 90, en el colegio Sara Lona. Era la misma que días atrás me había apurado para que termine de llenar el libro de temas que ella también necesitaba.

-Bueno.

Me abrió la puerta del Peugeot 504, a mí que sólo había llegado a manejar un Renault 12, y enfiló veloz hacia la Virrey Toledo, con el vidrio abierto por supuesto, el codo sobre la ventanilla y su pelo rubio ondulándose con el viento.

Advertí que había adornado la malla de su reloj redondo y negro con la misma tela estampada de su blusa.

No recuerdo mucho qué hablamos durante el viaje, pero sí que la charla fue suficiente para que concluyera que además de bonita y coqueta, la profe no acostumbraba decir estupideces.

En algún momento, antes de dejarme en mi casa de Los Fresnos,  me contó que había llegado hacía algunos años desde Santa Fe, y cuando veía alejarse las luces rojas del 504 hacia Los Pomelos, sentí  un vértigo en el estómago.

-Santafesina, me susurré.

Y caí.

Usa la cabeza, como Cocco.

Encaradora y veloz, como Ayala.

Nooo, ¡esta mina la rompe! Como Scotta.

Por mi parte, con el tiempo aprendí a pararla con el pecho y pegar el zapatazo al ángulo, como Maxi Rodríguez. Y a gambetear, encarar y tirarla al fondo de la red, como Nacho Scocco.

Y en mis días de mucha autoestima, escondo el balón entre los pies, corro en paralelo a la línea del área mientras voy dejando rivales en el piso y cuando todos creen que me voy a caer la mando de zurda bien a la esquina, para que el arquero vuele para la foto.

La profe de historia me contó una vez, va muchas veces, que el pibe rosarino se contagió de lepra de chiquito, y todavía no se ha curado.

Y aquí paro, porque ustedes saben cómo termina la historia. No, perdón. Ya saben cómo comenzó el match.