enero 15, 2024

Circule, circule

Por Andrés Gauffin

Tal vez en un pasado capitalismo el ideal era el de consumir. No todos podían, pero a eso se aspiraba. Así surgió la novedad de los shoppings, esas cajas fantásticas diseñadas exclusivamente para el consumo, sin coordenadas espaciales ni temporales, según algunos ensayos de la época.

Salteños y salteñas accedimos a esa dignidad en los tiempos del gobernador Roberto Ulloa, a comienzos de los noventa. No era el mejor momento para el consumo, así que muchos tuvieron que conformarse con ir una vez por mes a ver una película, pasear por las galerías mirando de reojo las vidrieras y consumir en el patio de comidas una hamburguesa con fritas en una caja, que alguna vez llamaron de la felicidad.

Estábamos mal, pero íbamos bien: el shopping a comienzos de los 90 fungió como la luz al final del túnel.

Vivimos tiempos de mentiras desfachatadas, de contradicciones constantes y del más puro cinismo. Pero era imposible con una merma del 40 o del 50% del poder adquisitivo del salario, el gobierno libertario pretendiera reinstalar el ideal del consumo.

Así que el capitalismo tuvo que mutar, y treinta años después pretende convencernos en su versión anarco que nuestro ideal es la circulación, no el consumo. Y el ícono son las autopistas de la información y de vehículos libres de obstáculos, ya no el shopping.

A partir del 10 de diciembre de 2023 en que se reconfiguró el mapa de los derechos y obligaciones de la Argentina, la circulación se convirtió no sólo en el principal derecho -tal vez el único- de lxs argentinxs, también su ideal y su obligación.

Circule, circule, nos dice en la calle el cana desde hace mucho tiempo. Ahora es el mandato del gobierno de Milei, disfrazado de derecho de transitar por rutas siempre despejadas. Circulas, por lo tanto eres libre, o por lo menos lo sientes.

No fue sólo un simple cálculo electoral lo que le llevó a aliarse con Bullrich. Milei se dio cuenta que la protocolar brutalidad de la ministra era el necesario reverso de su ideología libertaria.

La mezcla del discurso de la libertad del presidente y del represivo de su ministra de Seguridad tiende a convencer a lxs argentinos no sólo que el único derecho que el Estado les tiene que garantizar es el de transitar, sino también que cualquier persona que se interponga en su circulación es un obstáculo que tiene que remover.

Los argentinos ya no tienen derecho a la vivienda, al acceso a la tierra, en poco tiempo tampoco tendrán derecho a la educación y a la salud: pero tendrán garantizado, vía protocolo de la Bullrich, el derecho a circular.

Que la ministra haya revindicado de nuevo en estos días a un policía condenado judicialmente por matar a la espalda a un delincuente que huía, muestra hasta qué punto está dispuesta a tolerar que los que ejercen su absoluto y único derecho a circular despejen a cualquier costa su ruta de obstáculos.

Y es que tenemos que circular y circular. Gracias a Macri, Milei, Bullrich, y una gran porción de radicales -para vergüenza de Yrigoyen y Alfonsín-, lxs argentinos hemos alcanzado la misma dignidad de la mercancía, que hay que dejar hacer, que hay dejar pasar, según el conocido apotegma francés del libre mercado.

Tenemos que circular libremente como los camiones que se llevan el litio de la Puna, o como los que traerán cualquier producto de cualquier parte del mundo.

Dejen pasar, dejen circular, gritaban los tripulantes de barcos franceses cuando unos patriotas le impedían con cadenas y cañones ingresar sin permiso por el Paraná con sus mercaderías. Ciento setenta y ocho años después es el mismo gobierno argentino el que agita la consigna a favor de los países del «primer mundo».

Ahora en 2024 nosotros también somos hechos, también pasamos, a la velocidad de la información que circula por la red, en cada posteo de X, en cada video reenviado de Tik Tok. La subjetividad parece convertirse un byte que circula por la autopista de información a mayor velocidad de un rayo.

Es comprensible entonces que la misma ministra Bullrich haya intentado criminalizar la reunión de tres o más personas de carne y hueso en un espacio público.

Si los nuevos liberales argentinos creen que el país volverá a su pretendido pasado de potencia mundial mientras mayor sea la velocidad de circulación de los bytes de la red, y más despejada circulación en las rutas, la reunión de tres subjetividades en una plaza para conversar sobre política, o para hacer algo de arte, es algo altamente sospechoso, sino un delito intolerable.

La calle, el espacio público, es sólo el lugar para tránsito de personas y de mercaderías: no un lugar de reunión.

De todos modos, tampoco se le puede pedir coherencia a los liberales argentinos, que si están dispuestos a liberar la circulación en Argentina de las mercaderías de cualquier punto del mundo, también promoverán cualquier medida para desalentar la libre circulación de personas de países vecinos.

Promoverán, por ejemplo, que los hospitales públicos no atiendan a los extranjeros -a no ser con pago de los servicios-, tal como en su momento lo propuso el ahora ministro de Defensa, Luis Preti, o que las universidades cobren aranceles a sus estudiantes venidos de Bolivia, como pretende el proyecto de la ley ómnibus.

Y es que en realidad la circulación, como la libertad, está prometida para todos, pero garantizada para pocos. Pues debido a que el Estado abandonó la obra pública y la demonizó, en un futuro cercano los mejores caminos serán utilizados sólo por quienes pueda pagar el peaje y el combustible a valor de primer mundo, y el resto ejercitará su libertad de circular, a riesgo de sus vidas, por caminos abandonados a la buena de las fuerzas del cielo o de sus flaquezas.

Son tiempos promisorios. Cuando el gobernador Sáenz deje habilitada el último tramo de la autopista de circunvalación oeste de la capital de Salta, lxs salteños tendremos la posibilidad de transitar libre y velozmente por ella hasta que por fin, dentro de treinta y cinco años, lleguemos a la Argentina potencia de fines del siglo XIX.