febrero 21, 2024

El robo del siglo

Por Andrés Gauffin

«El Estado es una organización criminal que se financia con robo. Es peor que un ladrón vulgar».

«La obra pública es un mecanismo furioso de robo».

Un día ella se levantó y se enteró a través de una entrevista al presidente publicada por el diario La Nación que, como maestra en una escuela pública, formaba parte de una organización criminal, que violentamente le saca plata «a la gente» para pagarle su sueldo.

Durante años había pensado que el suyo era un trabajo que un Estado le pagaba para atender a una necesidad muy concreta, la de educación de niños y niñas de familias de pocos recursos que no tenían cómo costearles de su propio bolsillo un profesor, una clase, un libro.

Así, año tras año había enseñado a sus alumnos a escribir su nombre, o a leer el de otros, les enseñó a multiplicar dos por cuatro, les contó las proezas de alguien que murió muy viejo un 17 de agosto, o las de otro que murió muy joven un 17 de junio, todo con la convicción de que bien merecía el sueldo que el Estado le depositaba a fin de mes.

Incluso soñó, sueña aún, que su mismo trabajo contribuía a promover personas que no sólo pudieran trabajar, sino también a respetar y hacerse respetar, y a crear, jugar, cantar, convivir, amar.

Pero ahora, el señor presidente a través de su diario La Nación, le acaba de enseñar a la maestra que en realidad muy joven fue captada por esa organización de delincuentes dedicada al saqueo de personas de bien, que justificó sus latrocinios en una doctrina socializante que sólo benefició a una voraz casta política, no a los niños a los que ella pensaba que ayudaba.

El médico también cayó en la cuenta de que recibe de su sueldo de una banda delincuentes dedicada al saqueo. Él, que había pensado que diagnosticando, recetando, operando, era una persona que hacía un bien, ahora se acaba de enterar que de verdad sólo era, es, empleado de criminales que violentan, a punta de pistola, a personas de bien.

Gracias a la misma entrevista publicada por La Nación, el ingeniero que construyó rutas por encargo del Estado, o que hizo diques, acaba de ser notificado que sólo fue un engranaje más de un «furioso mecanismo de robo» que antes se llamaba «impuesto», puesta en marcha por una banda de delincuentes, que se hacía llamar Estado.

Así, no sólo sus sueldos, sino también los edificios escolares construidos desde el siglo XIX hasta el XXI son producto del robo sistemático de esta organización criminal, y los hospitales también, y todos los edificios públicos: en realidad la Argentina tal como la conocemos hasta ahora es producto, en tanto consecuencia de acciones del Estado, de un histórico latrocinio perpetrado desde el siglo XIX hasta hoy.

Maestra, médico, ingeniera, pero junto con ellos todxs lxs argentinxs -excepto los argentinos de bien-se acaban de enterar que la crisis del país no es económica, ni siquiera política, es nada más que moral, en la medida que han incumplido, o a han sido cómplices históricos del incumplimiento del mandato divino de «no robar», citado todos los días por el señor presidente.

Y es que, a su criterio, la Argentina tal como lo conocemos, es hija del robo, del robo a los a los grandes terratenientes de antes, y a los pocos argentinos que han probado que son de bien porque amasaron grandes capitales y no hace falta saber cómo.

Del robo violento , a través de impuestos , a propietarios como los Elzstain, por ejemplo, o los Galperin, o los Rocca. O, para poner ejemplos más cercanos, a los Romero, o los Doug Casey.

Ahora sabemos a qué se debieron las lágrimas que vertió el señor presidente en el muro: al dolor que siente por el histórico robo a esos argentinos de bien.

Y es que desde comienzos del siglo XX, el Estado argentino se ha empeñado en robarles violentamente a través de impuestos sólo para crear escuelas y hospitales ineficientes: lo más notorio que han logrado es infectar a la Argentina de marxismo cultural y generar la abundante pus de la casta política chorra.

Los argentinos -menos los de bien-son ladrones, o cómplices del latrocinio por historia, hasta que no demuestren lo contrario. Es decir, hasta que no prueben que trabajan para aquellos argentinos de bien y pacten «libremente» su sueldo con ellos, sin mediación del Estado ladrón y de sindicatos socializantes, y que pagan una escuela privada para educar a sus hijos y a un sanatorio privado para curarlos. Y que sacan plata de su caja de ahorro para pagarle a los argentinos de bien la construcción de rutas que necesitan para circular.

Y es que el único Estado que vale, para el señor presidente anarcocapitalista, es Estado ausente, o en todo caso, el Estado policial a lo Chocobar, que resguarda del robo a la propiedad privada de la gente de bien.

Así los libertarios y sus socios de Juntos por el Cambio pretenden que el mandamiento de no robar que Yavéh dió a Moisés en el monte Sinaí -y sólo ese- se convierta en la norma fundamental, y preconstitucional, del país.

«No robar»: dos palabras para resumir el fundamentalismo religioso y económico de un gobierno dispuesto a acabar con todos los derechos, porque a los derechos «alguien los tiene que pagar», y la gente de bien ya esta cansada de que les roben sistemáticamente.

El dios de Milei, el dios de Macri, el dios de Bullrich, es el dios del capital que por fin va a moralizar a los argentinos, mediante la anulación del Estado, conforme a la doctrina anarcocapitalista ya enseñada divinamente en el monte Sinaí hace miles de años, recién ahora nos vinimos a enterar gracias a la tribuna de doctrina que es el diario La Nación.

Pero llegará un día en que aquella maestra, y el resto de lxs argentinxs, caerán en la cuenta que no es que el gobierno nacional anula el incentivo docente simplemente por una cuestión de caja, o para dejar de expoliar mediante impuestos a la gente de bien, o por una cuestión de federalismo.

Llegará el día – tal vez ya haya llegado- en que se darán cuenta cuán abismal es el desprecio libertario y de Juntos por el Cambio por su tarea docente o por cualquiera de sus trabajos, y con cuánta violencia quieren robarle sus sueños.