febrero 25, 2021

El último whatsapp de Güemes

Por Andrés Gauffin

Güemes andaba culo a la bulla comprando lanzas, sables y boleadoras, juntando caballos y reclutando gauchos para combatir a los godos que amenazaban la ciudad, cuando en el tagarete del Tineo siente que el celular le vibra en la alforja:

 “Invito a usted a la conferencia magistral que brindará mañana el doctor Cornejo en la iglesia de los Jesuitas sobre el libro escrito por el doctor Figueroa titulado “Boedo, Gorriti y la crema de Salta, protagonistas claves de la declaración de la independencia de 1816”, le anoticiaba el whatsapp.

El general lanzó una maldición al ciberespacio antes de contestarle al remitente, con copia a todas sus listas de difusión, mientras aminoraba el paso de su caballo tordo. “Mañana nos juntamos en La Quesera para ir en busca de los godos.  Presentarse a las 5.  Con su confirmación los añado al grupo de whatsapp: “A ver si son capaces de atajarnos, españoles”.

Después el general se va a ver a la Macacha, pero su hermana justo se había ido a hacer tareas de espionaje, no sin antes dejarle a su hermano un papelito -porque no se acostumbaba al celu- con una advertencia. “Martin, Cornejo y Figueroa son unos chantas, me han batido que en realidad sólo buscan cargos en Buenos Aires.”

 Indudablemente era un mal día para el general, y encima le vuelve a sonar el whatsapp, con ese sonido de corneta que usaba como ringtón, la misma corneta que en sus batallas le avisaba a sus gauchos que había que ir a la carga.

 “Invito a usted a participar de la cabalgata tradicionalista que partirá mañana a Buenos Aires con el objeto de erigir un monumento a los prohombres salteños sin los cuales no hubiera sido posible la revolución de Mayo…”, decía el nuevo mensaje, que también provenía de un número desconocido.

“¿Cabalgata? ¿caballos a Buenos Aires justo ahora? ¿qué les pasa?”. Volvió a maldecir al ciberespacio y se mesó la barba, desbordado de furia.

 Enseguida el sonido de la corneta comenzó a repetirse en el celu, informándole de decenas y hasta centenares de actos conmemorativos, desfiles, discursos, procesiones, concursos de banderas, misas, simposios y congresos, artículos periodísticos en El Rebuzno -periódico de la época-, presentaciones de libros, y cabalgatas, todas sobre la heroicidad de la salteñidad en la independencia, promocionadas por el Centro Cultural, histórico, antropológico, religioso, artístico y numismático de la Patria Nueva.

En cambio no le llegaba confirmación alguna sobre su convocatoria a La Quesera: el grupo de whatsapp “A ver si son capaces de atajarnos, españoles”, continuaba desierto.

Entonces Güemes recostó su espalda sobre su caballo, ahí no más, a unos pocos metros de su casa familiar, y escribió a dos dedos el que iba a ser su último whatsapp.  Y después de reenviarlo a todos sus contactos, concluyó que lo tenía que hacer en adelante lo haría con sus gauchos y sin celu: el aparato, aún prendido, hizo una parábola sobre la noche salteña y cayó al fondo del tagarete.

“Me voy a La Quesera. Allá me voy a encontrar con los Zerpas, los Sarapuras y los Taritolays, que no usan el celu, ni van a escribir nunca un doctoral artículo sobre la Indepedencia y la salteñidad, pero sí saben manejar la lanza y encarar al enemigo que es un contento”, se dijo el general rumbo al Parque Industrial, esquivando camiones por avenida de Las Américas.

A esta altura del sueño, cercano a la madrugada, pude advertir que se me mezclaban en exceso el pasado y el presente, y todo me parecía una pesadilla.

Me levanté par escribir unas líneas en la compu y contar lo que había visto, hasta que recordé que mi esposa siempre me insiste que si cuento pesadillas en ayunas, se harán reales.

A la tardecita me inventé un pretexto para ir al centro. El colectivo me dejó en la Belgrano ya de noche, y cuando llegaba caminando a la Mitre me atrajo un pequeño pero nítido resplandor que salía de una alcantarilla, ahí frente al banco Nación.

No había mucha gente, pero para poder espiar tranquilo lamenté en voz alta haber perdido allí mismo mil pesos.  Metí la nariz, arrodillado, culo al norte, y poco a poco, se me fue apareciendo el celular de Güemes con su foto de perfil, el rostro de Carmen con sus bucles y todo.

-Qué buenas que venían las baterías antes, se me ocurrió pensar.

Luego, enfoqué bien y pude leer el último mensaje enviado por el general a todos sus contactos.  

-“¿Hay algún valiente por ahí?”

Sentí que me tocaban el hombro.

-¿Se siente bien?, me preguntó un policía.

-Sí claro, ya encontré mi billete.

– Entonces circule, enseguida pasa la guardia policial gaucha, para hacer en la plaza el cambio de guardia en conmemoración del Bicentenario de la muerte de Güemes, acto que dará inicio en breves minutos, y en el que harán uso de la palabra los doctores…

No quise seguir escuchando. Volví a casa sólo para jurarle a mi esposa que antes de haber escrito sobre la pesadilla desayuné café con leche, tortillas, manteca y mermelada.