agosto 15, 2022

Meditación entre los 15

Por Andrés Gauffin

La inmigración boliviana no sólo ha beneficiado a Salta con su trabajo, con el picante de pollo y la sopa de maní. También con la Virgen de Urkupiña, y eso es bueno recordarlo hoy, 15 de agosto, en que se celebra su fiesta central en Cochabamba, y en Jujuy y en Salta podemos alegrarnos el día mirando la danza de los y las caporales.

Porque, ¿hay algo más alegre en estos días en las calles de toda esta región  que los colores, los movimientos, la música y la sensualidad de mujeres y varones danzando al ritmo que le imponen las trompetas o las zampoñas?

La alegría condice con el origen de la historia de la advocación. Allá por 1700 en Quillacollo, una pastorcita comenzó a encontrarse por las tardes en una colina con una dulce mujer, al punto de preocupar a sus padres por que su hija llegaba muy tarde.

Cuando le develó el motivo de su tardanza, los padres quisieron ir a verla. “Urkupiña”, “urkupiña”, les dijo en quechua – “ya está en el cerro”, “ya está en el cerro”-, mientras su imagen aparecía y se esfumaba sobre la colina.

Dadora de todo tipo bienes, sin otro requisito que el debido agradecimiento, la Virgen de Urkupiña se emparentó después con la Pachamama, siempre tan generosa desde sus entrañas.

Que se sepa, la “mamita” cochabambina que apareció en un cerro no dió nunca mensajes apocalípticos a vidente alguna, ni vaticinó guerras y sufrimientos causados por el abandono de la fe, cómo sí parece haberlo hecho una Virgen aparecida en un cerro de la capital salteña.

Pero tampoco le reprochó alguna vez  a la comunidad cochabambina que  hayan abandonado la fe o la devoción en ella o en alguna divinidad, ni les amenazó con mayores padecimientos -como terremotos- si continuaba en esa actitud.

La principal protagonista de la historia de Quillacollo fue una pastorcita alegre y confiada, no un cura visionario que saliera a las calles clamando penitencia y amenazara con más temblores si los habitantes no se convertían.

La “mamita” boliviana es proveedora de bienes para esta vida – esta que vida que se goza y se sufre con este cuerpo-, y que se conozca no ha llamado a la penitencia sobre los cuerpos para alcanzar la vida de ultratumba. Todo lo contrario.

Quien sabe, tal vez alguna vez el Milagro tuvo un costado festivo, pero por 1936 un obispo encargó a Arístene Papi la pintura de un cuadro llamado “La primera procesión del Milagro” y logró que ni siquiera durante esos días se jugara al fútbol. Dejó de llamarse fiesta del Milagro y se comenzó a hablar sólo de «solemnidad». 

Las tristes expresiones de los varones de la jerarquía eclesiástica y civil -primeros protagonistas-, los rostros casi cubiertos de las mujeres de segundo plano, y las sombras del cuadro de Papi pretendieron enseñar a salteños y salteñas lo que debían hacer esos días: sólo penitencia.

Tal vez por eso, centenares de salteños y salteñas han peregrinado a Cochabamba en busca de una fe que les haga sentir esta vida, no otra, lo que incluye, por supuesto además de las danzas folklóricas y los rezos de rigor, un buen plato de picante de pollo, bajado con sopa de maní.

-Y para tomar una paceña bien fresquita, pues.