mayo 25, 2022

Prófugos

Por Andrés Gauffin

Son más o menos las 19,30 de una de estas tardes frías de otoño y en la esquina de Tamayo dos jóvenes sentados sobre el cordón de la vereda miran subir las luces de los automóviles y los colectivos por la Balcarce. Diez metros más arriba apunto con mi cámara en esa dirección, pero en cuanto advierten mis movimientos de aprendiz, se escabullen por Tamayo. Pienso: Carlos Aparicio, que amaba esta esquina, se merece esta foto, que voy  colgar en la red con una cita de su último libro de poesías, “El silbo de la esquina”. Cuando atino a disparar, el flash ilumina a otro joven  que ya se había tapado el rostro con su brazo. Treinta segundos más tarde me encaran los dos jóvenes que se habían ido por la Tamayo y vuelven a subir por la Balcarce. “¿Qué, vos sos de la Brigada?”, me preguntan mirándome con ojos nublosos, idos. “Nooo, soy periodista y estoy sacando fotos porque aquí vivió un poeta que se llamaba…”, digo inútilmente. “Qué poeta, nada de poetas, aquí no se sacan fotos…”, me ordenan mientras me pasan a un metro y desaparecen por la Balcarce arriba, como prófugos, prófugos de su propia esperanza podría escribir Aparicio. A menos de doscientos metros hacia el oeste, la autopista atestada por esas horas de automóviles y de alguna 4X4 de la Policía en cuya caja lleva  jóvenes de algún suburbio, esposados, hacia la Alcaidía, un par de kilómetros al norte. Cuando ya en casa reviso las redes se me aparece en la pantalla un abogado y senador provincial, más joven que viejo, propietario de medios, con un educativo spot advirtiendo sobre sobre los riesgos de salir de garante de algún familiar y amigos, que remata -ironía que no advierte- con el nombre de su fuerza política, “Unidos por Salta”. Cuando bajo las fotos a la compu, pienso que hace décadas que el último foco dejó de  iluminar el desamparo de Aparicio y sus amigos, un segundo antes de que las últimas viviendas se hundieran en la oscuridad.  Medio siglo después, con sus luces, sus pavimentos, colectivos, sus cárceles y  sus políticos sin vuelo, la gran ciudad se ha engullido la vieja orilla. Pero también ha tirado más allá de las márgenes  a esos muchachos que no se dejan fotografiar. Y encima ya no tenemos a Carlos.